Indicadores sobre filólogos que debe saber



— Y más te valdría si tal sucediera, porque harán de ti una mujer fanática, una iluminada, y no una mujer justo que es lo que tú eres en efectividad, puesto que sabes inquirir la razón de todas las cosas.

. En este volumen el autor, siguiendo el método propuesto por De la Rocha, hace una larga nómina de términos llamados «Barbarismos más comunes entre los costarricenses» (Ulloa 1872: 224-238). A modo de ilustración se citan las siguientes palabras:

Este Manual Elemental de Coctelería puede ser el primer paso para quienes estén pensando en introducirse tras la barra, un oficio con una presencia cada momento anciano en los diferentes centros de ocio de todo el mundo.

Asimismo, otra versión apunta a que podría tratarse de una forma estrecha de Josepe, antigua interpretación del nombre en castellano. Aunque los casos análogos del valenciano o catalán (Pep, de Josep) y el italiano (Peppe o Beppe, de Giuseppe) podrían aducirse como paralelos, en realidad en castellano no se ha podido documentar.

De ahí, con solo intercalar una “a” para hacerlo pronunciable, surgiría el hipocorístico “Paco“.

En el 2004 fue célebre comisario del IV Centenario de la publicación del Quijote, cargo al que se dedicó en cuerpo y alma durante dos abriles, pero le mereció la pena porque, según dijo al finalizar 2005, la catarata de actos que se organizaron sirvió para fomentar la lección de la gran novela cervantina.

Pero fuera del ámbito lingüístico, «el término generalizado en México» es «el gachupin», afirma.

La política está llena de patadas al diccionario. Hace poco escuché a un diputado proponer cortoplacismo.

Se podría dividir a todos los pensadores de la época en dos grupos, según los que no se interesaron y los que se interesaron en el asunto.

Por lo tanto, había que »estudiar el idioma»; es decir, escribir gramáticas y diccionarios que condenaran todo tipo de expresión dialectal que atentara contra la unidad filología. Juan Eligio de la Rocha, el filólog nicaragüense antaño mencionado, es quien, a mediados del siglo XIX, inicia la corriente purista en América Central, el cual filólogos en heredia apunta:

9 sumamente difícil por la costa del Atlántico, y de pocos visitada por la del Pacífico, Costa Rica había de permanecer casi ignorada durante todo el tiempo del régimen colonial. Con las auras de la independencia comienzan á disiparse las tinieblas que tenían sumergido el país en semioscuridad, y, al estrella de la albedrío, aparecen fulgentes las cumbres de sus montañCampeón, despertando en muchos curiosidad vivísima por acercarse á ellas y follar de sus horizontes. * * * Los primeros extranjeros que aparecen como visitantes serios del país en esta centuria son los ingleses J. M. Gerard y R. Trevithick. Atraídos por el descubrimiento de las minas del Monte del Aguacate, luego de unos cuatro primaveras de residencia ( ), obtuvieron la concesión de varias empresas y para su explotación trataron de formar una compañía en Inglaterra. Sus informes, aunque manuscritos, debieron de despertar bastante interés en su país natal, máxime cuando su salida del país se hizo con alguna dificultad por el camino todavía desconocido de Sarapiquí, y el Ingeniero Trevithick- quien disputa á R. Stephenson la cielo de acaecer inventado la locomotora, -proponía la construcción de un ferrocarril desde el punto en el que el Sarapiquí se hace navegable hasta San José, y de aquí hasta la región minera del Aguacate y de Machuca. Si hubiera podido formarse la compañía minera, suponiendo la admisión del tesina de Trevithick y un principio de ejecución, Costa Rica habría tenido la edén de ser el primer campo de Preparación para un descubrimiento destinado á alterar las condiciones de existencia de la humanidad entera.

«Eso les hace más daño a los jóvenes, pero todavía es cierto que ellos aplican más imaginación y creatividad al jerigonza, sobre todo a nivel coloquial, y son capaces de encontrar palabras concretas para cada contexto», explica.

Como se vio en páginas anteriores, De la Rocha hablaba de «lenguas aborígenes inferiores», con lo cual implícitamente se refería a lenguas aborígenes superiores. Por otro ala, había una cierta consentimiento en el incluir palabras de origen indígena en el español, según se desprende del sucesivo razonamiento del guatemalecto Antonio Batres Jáuregui (1904: 8):6

“A veces usamos la idioma intuitivamente pero cuando tienes que ponerte a alcanzar una explicación es más complicado. Dependiendo del verbo, usamos los complementos de una modo o de otra”.

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